Fotos: Esther Vargas
Filomena Pinares tenía todo listo para comercializar su marca de café El Tucán, cuando llegó el coronavirus y lo paralizó todo. Desde Echarate, La Convención, Cusco, la productora reconoce que se ha visto seriamente afectada por la pandemia, pero sin perder el optimismo y la fuerza de un roble, dice, con evidente orgullo, que «la mujer cafetera no se rinde».
En 2019 recibió el galardón a Mejor Productora de Café del VRAEM en los Premios Summum. Se le abrió la puerta de llevar su excelente café a diversas partes del país y quizás del mundo. Era casi fin de año. Marzo de 2020 la sorprendió, como a todos. «Mi hija sigue trabajando en el laboratorio de cafés especiales del municipio», comenta. Su café lo ha vendido, de a pocos, en mercados y ferias locales, y sigue a la expectativa que pase lo peor. Ni ella ni su familia se han enfermado, eso es lo más importante.
Esta mujer, de casi 50 años, que aprendió a cultivar y cuidar el café de la mano de sus padres y abuelos, no ha dejado de capacitarse hasta de la manera más sencilla: observando su cosecha, cada plantita, cada flor efímera. Para esta cosecha tiene geisha, dice, ahora con más alegría. Su tono de voz ha cambiado. Filomena espera contar con más apoyo para el tostado y empaque de su café, y aunque reconoce que el coronavirus frenó sus metas, no duda en que el panorama cambiará.
«Nosotros los pequeños productores esperamos que giren la vista y nos vean. La mejor manera es probando nuestro café», señala, y me hace recordar ese mes de agosto de 2019 cuando en una cafetera gota a gota preparó un café incomparable: de buen cuerpo, acidez moderada y postgusto imposible de sacar de la memoria.
«¿Se acuerda?», me pregunta. Y recordamos cuando sirvió café y trucha frita, en su pequeña casi de Las Tucantinas en Echarate, un lugar verde y donde la paz se puede tocar con los dedos de la mano.
«EL CAFÉ NO TE DEJA ESTAR TRISTE»
«Ya quiero retomar mis pendientes. Los planes no deben suspenderse, solo es retomar. Habíamos avanzado bastante y paso esto, pero mientras haya salud todo se puede. ¿Verdad?». Filomena es una mujer que siempre ha querido ser ejemplo para sus tres hijos (la menor es catadora). Por ello, junto a su esposo Julián Gonzales Tito, evitaron el cultivo ilegal de hoja de coca. Tomaron el camino más difícil y menos rentable, y siguieron con la tradición familiar por el café. Las herencias no se destruyen.
Para Filomena, el café -que siempre está en su mesa- es una bendición, fuente de energía y alegría.
En 2019, enterada del reconocimiento que recibió, dijo: «Yo no he estado en la universidad, pero he aprendido a investigar y cuidar mi café, que hoy tiene poco más de 86 puntos, y quiero que llegue a 90. Cultivo, a más de 1,600 m.s.n.m. El café es sensible, y hay que cuidarlo mucho, por eso yo lo tengo todo clasificado para ir mejorando los procesos». Su afán perfeccionista, su capacidad de trabajo infinita y la autocrítica, la mantienen firme.
Filomena recuerda que yo le pregunté cómo hacía para trabajar cuando estaba triste, y la conversación regresa a ese punto en este tiempo de crisis: «El café no te deja estar triste. Si te pones triste te sale mal. Así que yo siempre estoy con una sonrisa, incluso en tiempos difíciles».
Con la voz suave, de una madre amorosa, quiere resaltar que el café nos mantiene alerta, es un gran antioxidante «y nos protege de los males». Ella toma unas seis tazas al día, y no conoce el insomnio.
EL MEJOR CAFÉ
En otros tiempos se decía que el mejor café era el más oscuro y fuerte. El de Filomena es suave, con notas a aguaymanto y hasta leche. Está orgullosa de sus cerezos, entre rojitos y guindas, y espera que los peruanos distingan lo que es un café especial para que así valoren el trabajo de productores como ella.
En su pequeña finca, Filomena espera tener pronto una tostadora, y no se quita de la cabeza la idea de exportar. Su hijo mayor y su esposo la acompañan en este inmenso sueño.
DATO
Si desean contactarla para comprar su café este es su teléfono: 984 066 426
